- Gays y lesbianas en la historia
- Historiadores de nueve países analizan las relaciones entre personas del mismo sexo a lo largo de los siglos
- Trece historiadores de nueve países diferentes, bajo la dirección de Robert Aldrich, han colaborado en esta obra que muestra una visión general de la historia de la que ha surgido la rica y variada cultura gay y lésbica actual.
- El País, Domingo gehigarria, 2006-10-08 # Varios autores
El Frente de Liberación Gay se había creado unas semanas después de los acontecimientos de Stonewall, y al estar influido por los principios y el discurso de otras formas de radicalismo, proporcionó un medio de expresión a una nueva generación que rechazaba la política y el orden social de la posguerra y que estaba dispuesta a echarse a la calle para manifestar su descontento (como había ocurrido un año antes en París y en muchas ciudades estadounidenses). Los movimientos juveniles buscaban la autenticidad, la sensualidad y la vida en común, y se rebelaban contra lo que consideraban marginación social producida por una sociedad burocrática y consumista. Estos hombres y mujeres jóvenes se negaron también a que la familia nuclear, con las funciones que acarreaba y la sumisión a la autoridad que encarnaba, los maniatara por la fuerza.
La experiencia compartida de varias sociedades occidentales con respecto a los importantes cambios culturales en curso y a la agitación política del momento explica en parte la rapidez con la que adoptaron el modelo que ofreció el Frente de Liberación Gay. En Gran Bretaña, unos jóvenes que habían formado parte del movimiento hippy americano, de los Panteras Negras y de la Gay Activist Alliance (Alianza de Activistas Gays) formaron en octubre de 1970 una asociación a la que pusieron el mismo nombre. En ese mismo año se estableció en París el Front Homosexuel d'Action Révolutionnaire (FHAR); en agosto de 1971 se creó el Homosexuelle Aktion Westberlin alemán, y unos meses más tarde apareció en Italia el Fronte Unitario Omosessuale Rivoluzionario Italiano (su acrónimo FUORI significa también fuera). Organizaciones similares fueron creadas en Canadá, Australia y otros países europeos.
La situación alemana constituye un buen ejemplo del clima general presente en aquellos tiempos. En 1970, Rosa von Praunheim (nombre que utilizaba cuando se vestía de mujer), desconocedor de los movimientos de la época en Estados Unidos, hizo una película cuya censura desencadenó la formación del movimiento de derechos gay de la región. Nicht der Homosexuelle ist Pervers, sondern die Situation in der er lebt (No es malsano el homosexual, sino la situación en la que se le obliga a vivir) es la historia de un hombre joven de provincias que se muda a Berlín y se abre camino a través de la subcultura gay, conociendo a numerosos personajes presentados de forma negativa y afectados adversamente por las circunstancias en las que les toca vivir (los actos homosexuales siguieron siendo ilegales según el párrafo 175 del Código Penal alemán, y la homosexualidad, objeto de desaprobación generalizada). Al final, el protagonista encuentra su liberación personal en una comuna gay, cuyos miembros le enseñan a admitir públicamente su propia homosexualidad y a entender que el verdadero problema no está en sus tendencias sexuales, sino en la homofobia que se consiente socialmente.
Tema clave
La liberación se convirtió en un tema clave de estos movimientos, pues implicaba una determinada visión de la naturaleza, examinaba las causas de la homofobia, esgrimía los argumentos que había que utilizar en su contra y los medios por los que se podía combatir. Mientras que los homófilos eran partidarios de un enfoque integracionista, los frentes de liberación gay adoptaban una perspectiva política muy diferente, basada en el análisis integral de las estructuras políticas, económicas, sociales y culturales, enormemente influida por el marxismo y la crítica marxista del psicoanálisis. Las causas de la homofobia eran inherentes a la clase media y a la ética capitalista: el racismo, el imperialismo y la represión sexual eran expresiones e instrumentos de explotación que se utilizaban contra un grupo social. Por consiguiente, para la lucha se consideraron esenciales las alianzas con otros grupos oprimidos (la clase trabajadora, la mujer y las minorías étnicas). Si el sistema completo (la clase dirigente) era la raíz de la opresión, los homosexuales no podían alcanzar la liberación reclamando su propio espacio; de hecho, las zonas de tolerancia creadas en algunas ciudades provocaron críticas, pues se consideraron guetos que debían abrirse y liberarse. En cambio, el objetivo de los liberacionistas gays fue el de transformar el conjunto de la sociedad.
Aunque había diferencias entre los movimientos que buscaban ante todo un tipo de transformación cultural (como sucedía en Estados Unidos) y aquellos para los que era más fuerte la tradición revolucionaria (como en Francia y Alemania), todos compartían un principio básico: "Es demasiado tarde para el liberalismo" -es decir, era demasiado tarde para esperar la inserción en la sociedad a través de peticiones educadas de reforma.
El orden liberal y de clase media se enfrentó, por tanto, al desafío de uno de sus preceptos más esenciales: la distinción entre lo público y lo privado. El eslogan "lo personal es político" expresaba confianza en la capacidad transformadora de manifestar en público el auténtico y privado ser de uno mismo; entre los homosexuales, esto significaba revelarse abiertamente, destaparse. Para las generaciones anteriores, la expresión había tenido el significado de darse a conocer a otros homosexuales dentro de una esfera pública alternativa, y, sin embargo, ahora condensaba la necesidad de afirmar la propia identidad en la esfera pública oficial, negando así una diferencia que existía entre los papeles público y privado. "La locura del armario debe terminar", escribió el activista Carl Wittman en su Gay Manifesto (1969): el armario era un emblema de opresión, una interiorización de la homofobia que sólo se podía derrumbar si uno se destapaba y declaraba su postura.
Para los liberacionistas gays, el acto sexual en sí era revolucionario: según Guy Hokquenghem, filósofo francés y uno de los líderes del FHAR, el patriarcado se fundó en el contraste entre el poder público del falo y la privatización del ano. Por tanto, liberar el ano a través de la sexualidad masculina era socavar los fundamentos de las relaciones sociales patriarcales. Para el escritor y activista Mario Mieli, los gays desafiaban los mismos conceptos de heterosexualidad y masculinidad al travestirse y ser penetrados, y contribuían así a la liberación de la raza humana. Para el científico político australiano Dennis Altman, la sexualidad gay masculina ofrecía la posibilidad de existencia de nuevas configuraciones de relaciones sociales. La ideología y el estilo de la liberación gay llegó a ser provocativo, efusivo y en ocasiones gracioso: "Ponerse maquillaje es un estilo de vida", gritaban los gazolines franceses, un grupo situacionista unido estrechamente al FHAR y a los herederos de los folles, estigmatizados diez años antes por Baudry y los homófilos franceses. Y añadían: "Montaremos las próximas barricadas vestidos de traje de noche".
Actividades públicas
Las actividades públicas de los liberacionistas gays eran provocadoras en sí mismas y constituían una ruptura con respecto a la práctica anterior. Un ejemplo de ello es la primera aparición pública importante del recién formado FUORI, que se celebró en abril de 1972 en San Remo, en una conferencia del Centro Italiano de Sexología, dedicado a las causas de la homosexualidad y a las terapias para vencerla. Entre sus insignes invitados se encontraba el psiquiatra británico Philip Feldmann, defensor de la terapia de aversión mediante el tratamiento de descargas eléctricas. Fuera del edificio protestaron cuarenta manifestantes, mientras que dentro, algunos activistas solicitaron dirigirse a la asamblea. Ante unos asistentes estupefactos, el presidente de FUORI, Angelo Pezzana, comenzó declarando: "Soy homosexual y estoy feliz de serlo".
El auge de los movimientos de liberación gay finalizó al cabo de unos años, al desaparecer el radicalismo político a partir de la segunda mitad de los años setenta. La convicción que tenían al principio de que la revolución era inminente (una revolución en la que los gays y las lesbianas solamente tendrían que subirse al tren) fue perdiendo fuerza. Además, los movimientos gays se enfrentaron a serios problemas de organización en todos los lugares y, sobre todo, tropezaron con el problema de definir su propia identidad. Ésta había sido un factor esencial en el funcionamiento de la lucha contra la opresión, y aglutinador de cara a la movilización colectiva. Sin embargo, aunque el reclamo de esa identidad dio vigor durante muchos años a las fuerzas que luchaban por el cambio, también propició la disolución de alianzas incómodas e impulsó su fragmentación en programas cada vez más específicos. Esto se manifestó de forma patente, por ejemplo, en Estados Unidos, donde los homosexuales afroamericanos creían que el movimiento no ofrecía lo suficiente a aquellos individuos oprimidos no sólo por su sexualidad, sino también por el color de la piel. En casi todos los lugares, las lesbianas se mostraron descontentas por ser apartadas de la mayoría de los grupos feministas y, a la vez, desilusionadas por el movimiento gay misógino y centralizado. La decepción dio lugar a la necesidad de nuevas teorías del lesbianismo, a la aparición de la lesbiana feminista, e incluso contribuyó a la idea del separatismo lésbico.
El declive de los movimientos de liberación gay llevó a su desintegración en una multiplicidad de ideologías, grupos y tendencias. No obstante, los liberacionistas hicieron hincapié en la salida del armario y en la destrucción de la barrera entre el yo privado y el yo público como parte de la lucha contra la homofobia. Como tal, su legado reflejó cambios generales que habían tenido lugar en la vida de gays y lesbianas, cambios que garantizaron que los objetivos y métodos de los movimientos de liberación gay de los años setenta fueran profundamente distintos de los movimientos homófilos de los años cincuenta.
El menor entusiasmo por el cambio político, hasta entonces característico de la liberación gay, había dejado el campo abierto para otro tipo de militancia: la de los llamados grupos activistas. Aunque ya existían en algunos lugares en los vertiginosos días del radicalismo de la década de 1970, los grupos activistas se multiplicaron considerablemente en los años posteriores. El más importante, la Alianza de Activistas Gays, se creó cuando un grupo disidente se separó del Frente de Liberación Gay. Su programa político, al igual que el de otras organizaciones semejantes, era bastante extenso: cambios en la legislación de los derechos civiles (incluida la despenalización de los actos homosexuales en los países donde todavía seguían siendo ilegales) y fomento de un trato más favorable de los homosexuales en los medios de comunicación. Hacían también especial énfasis en la salida del armario y en el lenguaje del orgullo y la autoafirmación, con ocasionales participaciones en protestas rebeldes y furiosas.
Sin embargo, los activistas gays se diferenciaban claramente del movimiento de liberación gay en al menos dos aspectos. En primer lugar, el programa de los activistas se centraba exclusivamente en los gays y lesbianas, más que en un intento de provocar una revolución social y política total. En segundo lugar, las organizaciones estaban bien estructuradas según unas líneas más tradicionales (en vez de ser frentes, colectivos y otras alianzas vagas), y sabían cómo relacionarse con el sistema político de manera eficaz -algo fundamental-, estableciendo grupos de presión que se implicaban en las campañas electorales, influyendo sobre determinadas causas, reclutando miembros y utilizando los medios de comunicación para promover sus fines. Los grupos de activistas perseguían también a otras instituciones, como las asociaciones profesionales, que consideraban partícipes de la opresión, consiguiendo resultados significativos: por ejemplo, en Estados Unidos, los activistas alcanzaron una importante victoria en 1973, cuando la Asociación Psiquiátrica Americana borró la homosexualidad de la lista de enfermedades mentales, y cuando dos años después lograron convencer a la Comisión de Administración Pública estadounidense de que eliminara la prohibición de contratar a trabajadores federales gays y lesbianas, en vigor desde la década de 1950. (...)
Homofobia
A pesar de los avances logrados en los años sesenta y setenta -al menos en algunos países-, el movimiento por los derechos gays no ha acabado con los prejuicios antihomosexuales ni ha modificado la cultura heterosexual dominante. Los cambios en la legislación civil y penal de ciertos países pueden haber conducido a una discriminación menos oficial, pero como realidad social persiste. Desde finales de la década de 1960 se han abolido las leyes penales contra los varones homosexuales en Gran Bretaña, Alemania, los Países Bajos, Francia, España y otros muchos Estados europeos. La Unión Europea, por su parte, ha prohibido la legislación antihomosexual y respalda las políticas contrarias a la discriminación en los lugares de trabajo. No obstante, incluso en los Países Bajos, cuya sociedad está considerada por muchos como la más tolerante del mundo, siguen estando extendidas las actitudes antihomosexuales y la violencia homófoba. A pesar de que las nuevas generaciones han crecido en una cultura respetuosa con la homosexualidad y la heterosexualidad, muchos jóvenes (principalmente varones) albergan todavía prejuicios contra los homosexuales y actúan en consecuencia, perpetrando desde el asesinato hasta formas más encubiertas de acoso, por ejemplo, en círculos políticos e intelectuales. (...)
A comienzos del año 2004 fue noticia en toda Francia la mutilación de un gay en su jardín a manos de unos jóvenes, lo cual dejó clara la necesidad de fomentar la igualdad de derechos tales como el matrimonio para acabar con esa discriminación. No hay datos fidedignos sobre este tipo de sucesos, pero en todo caso parece que los gays se enfrentan a altos niveles de acoso verbal y físico. En los patios de los colegios siguen oyéndose con frecuencia insultos contra los homosexuales, y la discriminación, ya sea explícita o implícita, persiste en las familias, en los lugares de trabajo y en los ámbitos de la sanidad y el ocio. Se les niegan los ascensos en el trabajo y se discrimina o desatiende a sus compañeros, al tiempo que muchas regulaciones referidas a la vivienda, la sanidad, los seguros o las pensiones no abarcan a los homosexuales o a sus parejas. En el ámbito laboral, los homosexuales han de hacer frente a un techo de cristal semejante al que sufren las mujeres, y los tópicos heterosexistas de la sociedad (los gays y las lesbianas son considerados heterosexuales hasta que se demuestre lo contrario) plantean un problema persistente. (...)
Desde la década de 1960, los países europeos han ido despenalizando la homosexualidad, y en la actualidad ya ningún Estado la prohíbe explícitamente. También se ha despenalizado en países como Australia y Suráfrica. En 1989, el Tribunal Supremo de Estados Unidos decidió mantener las leyes antisodomíticas, en medio de grandes protestas. En 2003, sin embargo, anuló la decisión anterior en una resolución que marcó todo un hito al declarar inconstitucional la penalización de los actos homosexuales.
Gays y lesbianas. Vida y cultura. Editorial Nerea
Desde la Grecia y Roma clásicas hasta las actuales cuestiones de los derechos gays, el sida y los matrimonios civiles, el libro se adentra además en otras culturas no occidentales y descubre la variedad de relaciones entre personas del mismo sexo documentada a lo largo de la historia y en todo el mundo. De este estudio, que sale el día 17, publicamos un extracto de los capítulos de Domenico Rizzo y Gert Hekma.
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